viernes, noviembre 27, 2009

Visita del historiador Gustavo Sorg al Arzobispo de Corrientes

El 18 de agosto de 2009, el historiador Gustavo Sorg fue recibido en la sede del Arzobispado de Corrientes por el Arzobispo monseñor Andrés Stanovnik. Durante la visita, Gustavo Sorg le comunicó al Señor Arzobispo el avance de sus investigaciones en torno del origen en nuestra ciudad de la Iglesia Catedral y le dio a conocer los antecedentes documentales más antiguos sobre su erección y quienes fueron sus primeros benefactores.


Gustavo Sorg y el Arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik

miércoles, noviembre 04, 2009

El origen del nombre de la Ciudad de Corrientes

Como es de público conocimiento, el licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, adelantado y gobernador de las provincias del Río de la Plata, fundó la Ciudad de Vera en el paraje de las Siete Corrientes el domingo 3 de abril de 1588, como consta de su acta de fundación, donde en parte de ella se expresa: “…fundo y asiento y pueblo la ciudad de Vera en el sitio que llaman de las Siete Corrientes provincia del Paraná y el Tape…

Sobre el origen del nombre, ya no quedan dudas, el adelantado quiso perpetuar el apellido de su linaje en la ciudad que personalmente fundaba, por ello, deben quedar en el olvido todas aquellas insólitas hipótesis que pretendían atribuirle otros orígenes a su nombre, pues el razonamiento, antes que complejo debe ser simple. De igual manera, quiso el adelantado perpetuar el nombre de su terruño natal intitulando Nueva Estepa a una ciudad que debía fundarse en la boca del río Bermejo, para lo cual expidió el 4 de mayo de 1588 desde Santa Fe una Provisión a los capitanes Sebastian de León y Diego de Olavarri con el fin de que llevaran adelante esta fundación y que por la incapacidad y desinterés de los comisionados al efecto nunca se realizó. La Provisión en parte de su texto expresaba lo siguiente:

…dentro de tres años poblareis y fundareis, en nombre de su Majestad e mía, en su real nombre en el río Bermejo… podáis ir a la boca del dicho río Bermejo, y en la boca de él, o en la parte que os pareciere más cómoda, fundareis y poblareis una villa, la cual se intitule y llame la villa de la Nueva Estepa

Como era costumbre en esos tiempos, cuando el fundador intitulaba la ciudad que fundaba, al nombre propio le precedía o seguía el nombre de una virgen, santo o dogma de la iglesia católica, pero en el caso de la ciudad de Vera no se consignó tal peculiaridad en su acta de fundación, situación ésta que fue rápidamente enmendada por su fundador agregándole al poco tiempo el santo de su nombre, por lo cual la ciudad quedó intitulada San Juan de Vera, al menos así lo consignó el adelantado cuando hizo referencia a ella en un documento expedido en la ciudad de Santa Fe a 4 de mayo, a tan solo un mes de fundada la ciudad de Vera, en parte del cual expresaba: “…e cuatro leguas hacia la ciudad de San Juan de Vera río en medio”.

Esta nueva denominación dada por el adelantado no fue aislada ni ocasional, la vuelve a reiterar en el año 1594 en otro documento que redacta cuando ya se encontraba en España, en él, certificaba los servicios de don Francisco de Irarrázaval y Andía que fue su compañero en la fundación de la ciudad de Vera, documento en el cual también la denomina “ciudad de San Juan de Vera” y más tarde hace lo mismo en un poder que otorga en el año 1604 a Juan de Guerra para que en su nombre solicite al Cabildo de la ciudad de Vera los testimonios de la fundación de “la ciudad de Sant Joan de Vera en las Siete Corrientes”.

Un documento muy peculiar emanado del teniente de gobernador Alonso de Vera y Aragón nos da con más lujos de detalles el nombre de la ciudad, de la provincia donde se hallaba emplazada y los límites que ésta tenía. El documento fue expedido en el año 1591 cuando se realizó el primer reparto de tierras para labranza a los pobladores de la Ciudad de Vera, porque fue a partir de este año que los pobladores comenzar a cultivar las tierras colindantes a la traza urbana de la ciudad, gracias al castigo ejemplar que se hizo de los indios que cercaron el fuerte de la ciudad con el propósito de destruirla. En el encabezamiento del citado documento se expresaba lo siguiente:

En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, y de la gloriosa Virgen Santa Maria Señora Nuestra, y del Rey Don Felipe nuestro señor, yo Alonso de Vera y Aragón, capitán general, justicia mayor de esta ciudad de Vera, provincias de las Siete Corrientes, Paraná, Uruguahi, Tape hasta la mar del Norte, San Francisco y Viaza y Guairá por el adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón, gobernador capitán general y justicia mayor de todas estas provincias del Río de la Plata…

Muy a pesar del nombre oficial que tuvo la Ciudad de Corrientes en su fundación, éste se fue transformando con el devenir de los años por el capricho de los hombres que lo fueron transformando a su gusto y a lo que les resultaba más práctico y representativo. Tuvo una incidencia notable en ello la característica particular del paraje donde estaba emplazada la ciudad, comúnmente conocido por todos como el paraje de las Siete Corrientes, por las corrientes que se formaban en el río al pasar las aguas por las siete puntas naturales que sobresalían de su costa.

Esta particularidad del paraje queda corroborada por varios documentos, entre los cuales podemos citar a la relación que el franciscano fray Juan de Rivadeneira entrega al Consejo de Indias en el año 1581, donde se expresa: “hasta las 7 corrientes”; o la carta del capitán Alonso de Vera y Aragón dirigida al rey de España, fechada en Santa Fe a 15 de junio de 1587, donde se expresa: “Juan de torres Navarrete teniente general de estas provincias en nombre de Vuestra Alteza me mando haga una población en nombre de Vuestra Alteza en las Siete Corrientes”; o en la comisión expedida por el adelantado a Hernandarias de Saavedra el 25 de enero de 1588, donde se expresa: “provincia de las Siete Corrientes”, o en el acta de fundación, donde se expresa: “en el sitio que llaman de las Siete Corrientes”.

Gracias al minucioso estudio de la documentación existente, he logrado determinar que la costumbre de añadir el nombre del paraje a continuación del nombre propio de la ciudad comenzó a utilizarse en documentos expedidos fuera de la ciudad de Vera. De las pesquisas realizadas, he logrado hallar los siguientes testimonios:

1) Un poder expedido el 7 de marzo de 1591 en la ciudad de Santa Fe a Manuel de Frías, otorgado por don Gonzalo Gutiérrez de Figueroa, juez pesquisidor de la Real Audiencia de la Plata contra los culpables de la muerte de don Gonzalo Martel de Guzmán en la ciudad de Santa Fe, donde se la denomina simplemente Siete Corrientes.

2) Un testamento otorgado el 27 de septiembre de 1595 en la ciudad de la Asunción por Catalina Gómez, donde se la denomina ciudad de Vera en las Corrientes.

3) Un mandamiento expedido por el capitán Diego Núñez de Prado, alcalde ordinario de la ciudad de la Asunción, el 27 de noviembre de 1596 en la ciudad de la Asunción, contra Francisco Ortiz de Leguizamo, vecino de la ciudad de San Juan de Vera en las Corrientes.

4) Un titulo de teniente de gobernador de la ciudad de Vera de Jácome Antonio, expedido el 20 de septiembre de 1598 en la ciudad de la Asunción por el gobernador Hernandarias de Saavedra, que se encuentra incorporado en las Actas del Cabildo de la ciudad de Vera, donde se la denomina ciudad de San Juan de Vera en las Corrientes y ciudad de Vera.

Amén del nombre oficial que le fue dado por su fundador a la ciudad y del paraje en el que estaba asentada, tuvo además la Ciudad de Corrientes un nombre guaraní del cual son escasos los testimonio que podemos hallar en documentos oficiales, nombre que fue conservado por sus habitantes desde los tiempos más remotos y que en la actualidad se utiliza como apelativo y representativo de toda la provincia de Corrientes. Taragui es el nombre guaraní de la Ciudad de Corrientes, que tiene su origen en las características lagartijas que en abundancia poblaban y pueblan los peñascos y riberas del paraje de las Siete Corrientes. Para corroborarlo, he logrado hallar tres valiosos testimonios inéditos que sustentan mis afirmaciones. El primer testimonio data del año 1597, cuando el gobernador Juan Ramírez de Velasco expide al capitán don Antonio de Añasco su nombramiento de teniente general de la gobernación del Río de la Plata, para que desempeñe su cargo y oficio en las cinco ciudades de su gobernación, ciudades a las cuales denomina de la siguiente manera en el documento: “Asunción y Concepción y Taraguiron, Ciudad Real y Xerez y la Villa Rica del Espíritu Santo”. El segundo testimonio data del año 1602, ocasión en que el carpintero Francisco López Ortiz, vecino de la Ciudad de Vera, otorga su testamento en la ciudad de la Asunción donde ocasionalmente se encontraba trabajando en la fabrica de la Iglesia Mayor de esa ciudad, documento en el cual, al referirse a su hija expresa lo siguiente: “Beatriz Ortiz, la cual está casada con Jerónimo de Ibarra vecino de la ciudad de Taraguyro de esta gobernación”. El último testimonio que he hallado, proviene del licenciado don Francisco de Alfaro, un funcionario real que fue comisionado por la Real Audiencia de la ciudad de la Plata para recorrer la gobernación y observar el trato que se le daba a los indios encomendados a los españoles, en su informe sugirió la división de la gobernación del Río de la Plata en dos gobernaciones independientes, expresándose al respecto en estos términos: “el otro gobierno del Paraguay podría comenzar desde la ciudad de Vera que por otro nombre llaman Corrientes y por el de los indios Taragui, este gobierno tendría esta ciudad y la del Paraguay, que es la Asunción, y las del Guairá, la villa de Jerez y no había poco si las visitara cada dos años”.

Ahora bien, ¿que significa Taragui y por qué se utilizaba este vocablo guaraní para denominar al paraje donde estaba asentada la ciudad de Vera? En los años 1639 y 1640 el jesuita Antonio Ruiz de Montoya publica en Madrid el Tesoro de la Lengua Guaraní y el Arte y Vocabulario de la Lengua Guaraní, obras en las que el autor logró por primera vez contextualizar social y culturalmente las palabras del idioma guaraní, reflejando la cosmovisión de los que la hablaban y se comunicaban en esta lengua. En la primera de ellas, refiere en la página 356 que Taragui significa lagartija, definición ésta que me fuera ratificada luego por el padre jesuita Bartomeu Melià, especialista en estudios etnohistóricos y la mayor autoridad de la lengua guaraní en la actualidad, quien me manifestó que: “Taragui ha sido siempre lagartija y creo que en Corrientes no han de faltar”.

Me llama poderosamente la atención la indiferencia y desconocimiento que se tiene en nuestra provincia del origen y verdadero significado del vocablo Taragui, pues además de pretender desvirtuar su significado, atribuyéndole rebuscadas interpretaciones, nunca se lo reconoció como el nombre guaraní de la Ciudad de Corrientes, lo que motivó además una apatía generalizada de nuestras tímidas y escurridizas lagartijas, excluyéndolas de cualquier representación iconográfica de nuestra cultura, siendo que ellas fueron las que dieron el nombre guaraní a nuestra primitiva ciudad. Esta apatía y desconocimiento de su origen y significado ha llevado a que erróneamente hoy día el vocablo Taragui sea representativo de toda nuestra provincia y que se hayan emplazado monumentos que nada tiene que ver con el significado de la expresión.

Nuestro querido historiador Manuel Florencio Mantilla realizó una sorprendente autointerpretación del vocablo guaraní Taragui, que luego fue imitada y seguida por no pocos escritores e historiadores. Mantilla sostiene que “Los aborígenes de las cercanías denominaban la ciudad Taraguî, que significa pueblo cercano. La palabra se compone: de taba, pueblo, y de aguî, cerca, próximo. La b de taba se muda en r por singularidad de la lengua guaraní, y por la misma causa desaparece una a”. Me resulta extraño que Mantilla haya llegado a estas rebuscadas conclusiones, siendo que en su Crónica Histórica menciona que ha leído el Tesoro de la Lengua Guaraní del padre Ruiz de Montoya, donde ya manifesté que claramente se expresa que Taragui significa lagartija.

Dejando de lado los testimonios documentales, voy a repasar ahora los testimonios publicados por antiguos cronistas que se ocuparon de este asunto. Existe un testimonio muy antiguo que ha pasado inadvertido a los historiadores de estas latitudes, una obra manuscrita titula Compendio y descripción de las Indias Occidentales, cuyo autor fue un religioso español de la orden de los Carmelitas Descalzos llamado fray Antonio Vázquez de Espinosa, que recorrió América entre los años 1608-1622. El manuscrito de esta obra, que su hallazgo fue considerado el más grande acontecimiento bibliográfico de carácter histórico del siglo veinte, permaneció archivado en la Colección Barberiniana de la Biblioteca Vaticana hasta que el notable latinista norteamericano Charles Upson Clark de la Smithsonian Institution lo descubrió por el año de 1918 y lo publicó completo por primera vez en el año 1948. Es por ello que no estuvo antes al alcance de los historiadores de nuestro país, e incluso hoy día pocos la conocen. En ella se encuentra una rica descripción de las ciudades del Río de la Plata realizadas por un testigo ocular de sobrada capacidad, que en parte de su obra describe lo que vio e indagó sobre la Ciudad de Corrientes y en parte de su manuscrito nos dice:

De la ciudad de ciudad de la asumpcion, para ir al distruito de buenos ayres se buelve a vaxar el Rio auaxo de las Siete Corrientes, donde esta fundada la ciudad de San Joan de vera de hasta 40 vezinos Españoles, en vnas varrancas sobre el Rio de la plata, llamese esta ciudad en lengua de indio Taraguirô, que quiere decir lagartija, tambien le llaman de ordinario de las Siete Corrientes, por estar fundada la ciudad sobre vna alta varranca, que tiene siete puntas, que por ellas, y las juntas de los Rios se hazen siete remolinos, por cuia causa le dan este nombre.

Este corto y preciso discurso de fray Antonio Vázquez de Espinosa, nos aclara con simpleza las denominaciones de la Ciudad de Corrientes en esos tiempos, dilucidando el significado de su nombre Guaraní y el porqué de las Siete Corrientes. Detalla además donde estaba asentada la ciudad y nos dice el numero de vecinos que en ese tiempo habitaban la ciudad de Vera. Aunque en el manuscrito no se especifica la fecha de su visita a la ciudad de San Juan de Vera, puedo estimar que la debió realizar en el año 1618, pues se sabe que en ese año estuvo también en las ciudades de Tucumán, Santiago del Estero y La Rioja, en el año 1619 ya se encontraba en Lima (Perú) y en el año 1622 emprendió su regreso a España. Fue muy grato para mí conocer el contenido de este manuscrito, pues por él se ven respaldadas todas las afirmaciones que he venido manteniendo durante mucho tiempo y que las he reflejado en publicaciones anteriores a ésta.

Existen otros testimonios más modernos que se ocupan de explicarnos el porque del nombre de nuestra ciudad y del paraje donde estaba emplazada. El primero de ellos corresponde al maestre de campo don Bernardino López Luján, lugarteniente de gobernador de la ciudad de las Corrientes, que en su informe remitido el 12 de febrero de 1760 al gobernador don Pedro de Zeballos expresaba lo siguiente:

Fundó la sobredicha cuidad el adelantado licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, gobernador y capitán general de las provincias del Río de la Plata, y con el titulo y nombre de ciudad el año del Señor de 1588 día 3 de Abril domingo de la Resurrección de Lázaro, dando principio á la fundación por un fuerte que fabricaron así para la defensa de los mismos pobladores como para el resguardo y refresco de las embarcaciones que navegan los dos dilatados ríos Paraguay y Paraná desde el puerto de Buenos Aires al de la Asunción. Del mismo adelantado Juan de Torres de Vera tomó la ciudad el nombre y el apellido, llamándose desde entonces la ciudad de San Juan de Vera, y se añadió el segundo de las Siete Corrientes por las que forman el río Paraná estrellando sus aguas en los siete puntos que le entran de tierra. Su primer teniente capitán general y Justicia Mayor fue Don Alonso de Vera y Aragón, nombrado por el mismo adelantado.

Por su parte el jesuita José Quiroga, que en el año 1752 hizo un reconocimiento del río Paraguay desde la boca del Xauru hasta su confluencia con el Paraná, también aporta lo suyo. Este documento fue publicado por el padre Domingo Muriel en el apéndice de su versión latina de la Historia del Paraguay del padre Charlevoix. Refiriéndose a la ciudad de Corrientes decía lo siguiente:

Llámase ciudad de las Siete Corrientes, porque el terreno en donde está la ciudad, hace siete puntas de piedra, que salen al río, en las cuales la corriente del Paraná es más fuerte.

Y unos años más tarde el jesuita José Guevara también se refiere al origen del nombre del paraje de las Siete Corrientes, tomando como base los dichos del padre Quiroga y rectificando a los que en ese tiempo tenían una opinión equivocada:

El padre Quiroga hablando del origen del nombre de Siete Corrientes dice: La ciudad de las Siete Corrientes tiene este nombre, no como creyeron algunos por juntarse allí en corta distancia muchos ríos, sino por estar fundada en un plano alto que hace siete puntas que entran con sus ángulos de piedra en el río Paraná, en las cuales puntas hay una corriente muy fuerte que imposibilita la subida a los barcos, que se acercan a ellas, y así para subirlas es necesario tomar el rumbo por medio de ellas.

Mudando el siglo, estas particularidades fueron advertidas y transmitidas con el correr de los tiempos por ocasionales viajeros e historiadores que nos visitaron, como es el caso del naturalista francés Alcides Dessalines d'Orbigny, que visitó la Ciudad de Corrientes en el año 1827 y dejó expresado en su obra Viajes a la América Meridional que “el gran número de lagartos que cubrían los peñascos ribereños, ha dado a ese lugar el nombre de Taragui por los indios, nombre que emplean aún hoy”. Y ya en el siglo XX, el historiador Vicente Quesada nos decía en su obra La Provincia de Corrientes, que “la ciudad de Corrientes era conocida por los guaraníes con el nombre de Taragui, por las muchísimas lagartijas que se abrigan en las hendiduras de las paredes, los tejados y los patios, la abundancia de este reptil llamado en guaraní taragui, fue el origen de esta denominación”, opinión que vuelve a confirmar Francisco Latzina en su Geografía de la República Argentina, donde expresa que “los guaraníes que esta provincia en los tiempos de la conquista, llamaban a la ciudad de Corrientes, Taragüy, a causa de los numerosos lagartos que solían abrigarse en las rendijas de las murallas”.

Como queda demostrado, por todos los antecedentes que aquí presento, con el tiempo fue prevaleciendo el nombre del paraje en el cual estaba asentada la ciudad por sobre el nombre propio que le fuera dado a la ciudad en la fundación, y fue así que la ciudad que se fundó con el nombre de Ciudad de Vera, pasó a llamarse con el tiempo San Juan de Vera; San Juan de Vera en las Corrientes; o San Juan de Vera de las Corrientes; o San Juan de Vera de las Siete Corrientes, o las Corrientes y finalmente quedó solamente Corrientes.

Del análisis de las Actas Capitulares del Cabildo de la ciudad, se puede advertir que hasta el 30 de octubre de 1598 se respetó sin excepciones la denominación de ciudad de Vera, costumbre que perduró con algunas excepciones a partir de esa fecha y hasta el año de 1609 aproximadamente. A partir del año 1610 se la comienza a denominar a la ciudad San Juan de Vera, con algunas excepciones, y desde 1682 ya se la denomina San Juan de Vera de las Siete Corrientes. El nombre de ciudad de las Corrientes o Corrientes comenzaría a tomar fuerzas a partir del año 1764 aproximadamente.

Conferencia de Gustavo Sorg del 03/11/2009 sobre el origen del nombre de la Ciudad de Corrientes en el Museo Histórico de Corrientes

domingo, mayo 24, 2009

El amparo de Corrientes a la preservación de las Misiones

Hubo un momento en que los pueblos de las Misiones estuvieron en peligro de perderse por la intolerancia de un poderoso hechicero llamado Ñesú, que al ver que su poder se iba desvaneciendo por la influencia de los padres jesuitas comenzó a conspirar su destrucción. Ñesu esperaba recuperar su influencia y poder aniquilando a los religiosos y borrando de la faz de la tierra todos sus símbolos que representaba a su Dios.

Los antiguos pueblos de las jesuítica Provincia de las Misiones tienen su origen en la labor evangelizadora que llevaron adelante los padres jesuitas desde principios del siglo XVII. Su gran iniciador fue el padre Roque González de Santa Cruz, asunceño de nacimiento, quien por orden del padre Marciel de Lorenzana comenzó en el año 1612 a explorar el territorio del río Uruguay, transitando por parajes en los que nunca antes había entrado un español. Al advertir que las tierras estaban pobladas por gran cantidad de indios guaraníes, se propone agrupar a los indios en poblados, para lo cual obtiene del general Francisco González de Santa Cruz, su hermano que ese entonces era teniente de gobernador de la ciudad de Asunción, licencia con facultades para fundar reducciones en las zonas próximas a los ríos Paraná y Uruguay. Fue así como se fueron fundando las reducciones de Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa (25.03.1615), Santa Ana (1615, que luego pasó a los padres franciscanos), Yaguapóa (1618, que luego se fundió con Corpus Christi), Nuestra Señora de la Limpia Concepción del Ibitiracuá (08.12.1619), San Nicolás del Piratiní (03.05.1626), San Francisco Javier (1626), Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú (04.02.1627), Nuestra Señora de la Candelaria del Caazapá Miní (principios de 1628), la Asunción del Yjuhí (15.08.1628) y la de Todos los Santos del Caaró (01.11.1628). Es por ello que el padre Roque González de Santa Cruz fue el verdadero precursor de la población de estos territorios y a quien podríamos llamar con justicia el fundador de las Misiones del Uruguay.

Los primeros años de la población no se transitaron con facilidad, los padres debieron luchar contra las antiguas costumbres y hábitos fuertemente arraigados en la población guaraní, que se debatían entre el nuevo Dios que se les presentaba y las antiguas creencias sustentadas por sus hechiceros. Aunque muchos de ellos comenzaron a profesar la fe cristiana, otros permanecieron leales a sus hechiceros que conspiraban en secreto contra los padres jesuitas. Fue así que sobrevino el más cruel de los actos perpetrados, el martirio de los padres Roque González de Santa Cruz, Juan del Castillo y Alonso Rodríguez, que fueron masacrados salvajemente por los sequitos del cacique Ñesú.

Reconstrucción inédita del martirio y de la jornada de auxilio a los religiosos de la Compañía de Jesús por los vecinos de las Corrientes

En el mes de diciembre del año 1628, el capitán Manuel Cabral de Alpoin se encontraba en el pueblo y reducción de Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Itatí en compañía de su doctrinante fray Juan de Gamarra, cuando de repente llegó el padre Francisco Clavijo de la Compañía de Jesús trayendo nuevas de como los indios del Uruguay se habían alzado y muerto a los padres Roque González de Santa Cruz, Juan del Castillo y Alonso Rodríguez y que las vidas de los demás padres corría peligro porque los indios querían matarlos a todos y destruir todas las reducciones. Por la gravedad de lo sucedido, se dirigieron inmediatamente a la ciudad de las Corrientes y en el viaje el capitán Manuel Cabral de Alpoin se fue interiorizando de los pormenores de lo sucedido.

Al padre Roque González de Santa Cruz le había facilitado la entrada a la tierra del Caaró un cacique llamado Quarobay. Habitaba además en aquellas tierras, en un paraje llamado Yjuhí, un cacique hechicero muy poderoso llamado Ñesú, el cual en un principio fue amable con los padres, pero luego de darse cuenta de cómo iba perdiendo su primacía entre los indios comenzó a dar aviso a todos los caciques que matasen a los padres que había en sus tierras, porque de otra manera echaría sobre ellos innumerables maldiciones.

El miércoles 15 de noviembre de 1628, los padres Roque y Alonso se dispusieron a celebrar la fiesta de la dedicación del pueblo del Caaró desconociendo el conjuro que contra ellos se había hecho, después de dar la misa el padre Roque se encontraba aderezando una campana y poniéndole una cuerda en la lengüeta para colgarla de la capilla y así tocarla y alegrar a la gente. Fue entonces cuando el cacique principal Carupé hizo una señal a uno de sus indios llamado Maraguá para que lo matase, procediendo éste a darle un furioso golpe con un garrote en la cabeza del padre Roque, que lo mató al instante. Exsultantes con esta victoria, se dirigieron luego a la choza donde estaba el padre Alonso y lo mataron a porrazos y seguidamente despojaron la iglesia de sus ornamentos y se vistieron algunos con las rasgadas vestiduras sacerdotales, no satisfechos con las atrocidades cometidas, destrozaron una imagen de la virgen que el padre Roque llevaba siempre consigo y procedieron luego a quemar los cuerpos de los dos religiosos junto con la capilla. Fue en ese momento, en medio de las llamas, cuando les hablo el corazón del padre Roque, les dijo en su lengua a los naturales “...que él había venido a sus tierras por el bien de sus almas... que aunque me matáis no me matáis, mi alma va al cielo, y no tardara el castigo...”. Al no comprender los indios de donde salían estas palabras, ya que la cabeza del padre Roque estaba hecha pedazos, procedieron entonces a abrirle el pecho y sacarle el corazón, atravesándolo con una flecha y volviéndolo al fuego otra vez, el cual no se quemó, quedo solamente algo chamuscado pero entero. No todos los indios fueron cómplices de esta barbarie, muchos de ellos se vieron sorprendidos por lo sucedido y manifestaron su dolor y pena, entre ellos un cacique anciano reprendió a los asesinos por su feroz crimen y por esta acción lo mataron a golpes de palo.

La noticias de la muerte de los padres llegó al paraje del río Ijuhy el viernes 17 de noviembre e inmediatamente el cacique Ñesú envió una chusma a buscar al padre Juan del Castillo. Lo sorprendieron a las tres de la tarde mientras estaba rezando vísperas en la puerta de la capilla, lo llevaron atados de manos dándole golpes y arrastrándolo por la tierra cantando “ahora morirás en nuestras manos como Roque y Alonso y no quedará de vuestra familia rastro alguno”. El padre Juan les rogó que lo llevasen con sus hermanos para morir juntos, a lo que respondieron con estocadas de lanzas, flechas y otros palos agudos en todo su cuerpo y en los ojos, arrastrándolo por los pedregales y rematándolo con dos piedras grandes sobre su cabeza, echándole mucha leña encima y prendiéndole fuego.

Después de todo lo referido, sucedieron otros acontecimientos en las reducciones vecinas que fueron inmediatamente resguardadas por el buen capitán Nicolás Ñeengrirú, famoso cacique y caudillo de la reducción de la Concepción del Uruguay que llegó a congregar más de setecientos indios dispuestos a vengar la muerte de los padres.

Mientras tanto, al llegar Manuel Cabral y los dos religiosos a la ciudad de las Corrientes, se dirigieron al Cabildo donde el padre Francisco Clavijo relato lo sucedido y suplico les ayudasen. El Capitán Rodrigo Pérez, que a la sazón era alcalde ordinario, dispuso por un Auto que se despachase gente al socorro solicitado.

La reclutación fue voluntaria, el capitán Manuel Cabral de Alpoin fue el primero en ofrecerse, diciendo que iría a su costa, aportando municiones y pertrechos y pagando si fuera necesario soldados que le acompañen. No tardaron en sumarse otros siete vecinos de las Corrientes, entre los que se encontraron Pedro de Aguirre, Felipe Ruy Díaz, Jerónimo Pérez de Ibarra, Miguel Ortiz de Leguizamo, Juan de Lencinas, Alonso Cano y uno más cuyo nombre no consta en los documentos. Como la situación era de extrema necesidad, partieron ese mismo día de las Corrientes el padre Francisco Clavijo, fray Juan Gamarra, Manuel Cabral y los siete soldados correntinos rumbo a la reducción de Itatí, donde reclutaron doscientos indios guaraníes, al frente de los cuales iba el capitán Santiago Guarepí, cacique principal y capitán a guerra de la reducción.

Hasta ese momento, los preparativos para el socorro le habían insumido ya ocho días, después de los cuales partieron inmediatamente para la reducción de Itapúa que estaba a cincuenta leguas de la ciudad de las Corrientes. A su llegada hallaron al padre Diego de Boroa, a la sazón rector del Paraguay y superior de las reducciones, que estaba sumamente afligido por lo sucedido y desconsolado de ver que en el Paraguay no le habían querido dar socorro. Se dirigieron entonces a la reducción de la Concepción, donde hallaron seis o siete indios presos por estar implicados en el levantamiento, con los cuales procedió el capitán Manuel Cabral de Alpoin a realizar las averiguaciones pertinentes sobre los delitos cometidos y convencido de que tres de ellos eran culpables de la muerte de los padres, mando hacer justicia de ellos ahorcándolos.

Al día siguiente pasaron a la reducción de San Nicolás de Piratiní donde casi no se detuvieron, dándoles a entender a sus habitantes que iban a castigar a los delincuentes y a socorrer a los indios buenos. Allí se les sumó otro grupo de indios amigos y con ellos pasaron a la reducción de la Candelaria donde llegaron el martes 19 de diciembre al medio día, se encontraron allí con otro vecino de las Corrientes llamado Cristóbal Gallegos que había estado vaqueando con el padre Antonio Bernal. Pasaron allí la noche y al amanecer del miércoles, cuando salía el sol, se encontró la reducción rodeada de gran número de indios que en pie de guerra se aprestaban a darle asalto. Fue entonces cuando el capitán Manuel Cabral de Alpoin dispuso la gente para salir a su encuentro en número de cuatro españoles y quinientos o seiscientos indios amigos, dejando tres españoles con doscientos indios amigos en guarda y defensa de la reducción y de los padres que en ella estaban.

Avanzaron hasta encontrarse cara a cara con los enemigos y comenzaron a pelear, pero al ver los enemigos el daño que los arcabuces les producían comenzaron a replegarse a un monte cercano, donde se fortificaron construyendo una empalizada de ramas para defenderse. Viendo lo sucedido, el capitán Manuel Cabral de Alpoin dio orden a los indios amigos para que entrasen en el monte en seguimiento de aquellos y como no se atrevían a entrar, alegando que por estar fortificados los iban a matar, el capitán Manuel Cabral de Alpoin y los cuatro soldados correntinos tomaron la iniciativa y entraron al monte, esta valerosa determinación bastó para que los siguieran los indios amigos y luego comenzó una dura batalla hasta que se les acabo las municiones, razón por la que tuvieron que replegarse nuevamente fuera del monte.

Como la batalla no progresaba, envió gente a la reducción para ver si habían sido atacados y como esto no sucedió, requirió que viniesen los tres soldados correntinos que allí se hallaban con los indios que quedasen para hacerles todos juntos frente al enemigo. Rodearon el monte y les mando decir a los enemigos fortificados que entregasen a los culpables de la muerte de los padres, que si así lo hacían, les aseguraba la vida y libertad de los demás, le respondieron “que no saldrían y si entraban les matarían a todos y en sus cabezas habrían de beber chicha”. Conocida la negativa, entraron de nuevo al monte y pelearon con gran valor hasta que los desbarataron y los que huían eran capturados por los indios amigos que los esperaban fuera del monte. Prendieron a más de cien y los llevaron a la reducción de la Candelaria, adonde nuevamente hicieron los interrogatorios y averiguaciones necesarias para hallar a los culpables y hallaron entre ellos doce caciques principales implicados en el delito.

Al día siguiente fueron hasta el río Ijuhy, paraje donde habían matado al padre Juan del Castillo, paraje que encontraron despoblado y solo pudieron prender a un indio que fue ajusticiado por ser uno de los responsables de la muerte del padre Castillo. Volvieron luego a la reducción de la Candelaria, donde nuevamente hicieron interrogatorios y averiguaciones entre los indios capturados para saber cuales de ellos eran los mas principales, hallaron entre ellos dos caciques, a los cuales Manuel Cabral les dio instrucciones para que entrasen a la tierra y les dijeran a los demás indios que sean buenos y obedientes con los padres y que sean cristianos y les dijeran a los demás indios que la guerra se había acabado.

Antes de soltar a los caciques, les hizo una demostración del poder que los españoles tenían, para lo cual tomo un tablón de los mas gruesos que halló y mando a Pedro de Aguirre que le tirase con un arcabuz, la bala atravesó de claro el madero y los indios quedaron pasmados y atemorizados pues nunca antes habían visto un arcabuz, diligencia que se realizó solo para amedrentarlos y les dio ocho días de plazo para que cumpliesen su misión, ordenándoles además que devuelvan todo lo que les habían robado a los padres.

Después de unos días regresaron los caciques trayendo algunas de las cosas que habían robado a los padres, diciendo que los indios se hallaban todos desparramados por los montes y por el temor que tenían no se animaban a volver ahora, pero que lo harían ni bien les pasase el miedo y se reducirían y obedecerían a los padres. De allí se dirigieron a la reducción de San Nicolás, la cual aseguraron y el capitán Manuel Cabral de Alpoin les volvió a advertir a todos que sean buenos con los padres, que si no lo hacían volvería a venir con más españoles y los castigaría a todos. Quedó así la reducción en paz y quietud y por esa razón volvieron a la reducción de la Concepción, donde permanecieron por espacio de catorce días construyendo balsas y canoas para ir río arriba en procura de los responsables que faltaba castigar. En el transcurso de estos días, llegaron varios mensajeros a pedir y rogar que los españoles no volviesen, que ellos se comprometían a traer de donde estuviesen a los caciques responsables y su chusma que faltaba castigar. Aceptó ésta proposición Manuel Cabral y les dio catorce días de plazo para que los hallasen y los llevasen a la ciudad de las Corrientes, y así lo aceptaron y partieron en su búsqueda. Antes de partir para la ciudad de las Corrientes, Manuel Cabral les pidió a los caciques de la reducción que recibiesen a los indios que había traído presos con él y les diesen tierras para sus labranzas y para hacer sus casas y que los tuvieran por naturales de ella.

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Mapa de la Jornada de Socorro a las Misiones del Uruguay

Como reconocimiento de los servicios prestados por el capitán Manuel Cabral de Alpoin, los padres de la Compañía de Jesús le extendieron en agradecimiento una “Certificación de Servicios”, la cual fue hecha en la reducción de la Concepción del Uruguay el 14 de enero de 1629, firmada por el padre Diego de Boroa, rector del Colegio de la Compañía de Jesús y superior de las reducciones del Paraná y Uruguay, en nombre de los padres Diego de Ampuero, Diego de Alfaro, Francisco Clavijo, Alonso de Aragón, Pedro Bosquer, Pedro Romero, Adriano Crespo, Tomás de Urueña, Andrés de la Rua, y Josepe Ordoñes.

Pacificada la región, Manuel Cabral con sus siete valientes soldados y los indios guaraníes de Itatí se dirigieron a la reducción de Itatí, donde fueron recibidos con procesión y gran fiesta. De allí prosiguieron hasta la ciudad de las Corrientes, donde al cabo de unos días trajeron a uno de los caciques culpables y del cual se hizo justicia ahorcándolo en la plaza pública, el otro cacique dijeron no lo pudieron hallar porque se había retirado tierra adentro hacia la mar donde le perdieron el rastro, el cacique fugitivo era nada mas y nada menos que Ñesú.

Lo notable de esta jornada fue que aunque hubo muchos heridos, inclusive Manuel Cabral salió muy mal herido, no hubo ninguna baja que lamentar ni de españoles ni de indios amigos. Esta jornada de socorro fue un notable servicio a la estabilidad de la región, porque de no realizarla, el alzamiento hubiera acabado con todos los poblados y se hubiesen perdido las misiones del Uruguay.

Los tres padres martirizados fueron beatificados por Pío XII el 28 de enero de 1934 con las letras apostólicas Dei viventis militum y canonizados por Juan Pablo II el 16 de mayo de 1988 en Ñú Guazú (Asunción, Paraguay).

martes, marzo 24, 2009

El Escudo de Armas del fundador de Corrientes

En el ámbito de la Provincia de Corrientes, el historiador Manuel V. Figuerero fue el primero que presentó un diseño del escudo de armas del fundador de la Ciudad de Corrientes (El Escudo de Corrientes, Buenos Aires, 1921, Pág. 40). El escudo que Figuerero adoptó para su publicación lo tomó del Nobiliario de Alonso López de Haro (Nobiliario genealógico de los Reyes y títulos de España, Madrid, 1622, Tomo I, Pág. 467). Este escudo de armas que Figuerero adjudica al adelantado no es el correcto, pues era el que utilizaba la familia Vera de Mérida y en él está la espada de Santiago, siendo que esta espada sólo se pone en el escudo cuando su propietario pertenece a la orden de caballería de Santiago y el adelantado no pertenecía a ella. En el año 1967, el historiador Federico Palma publica en la Revista N° 2 de la Junta de Historia de Corrientes una biografía del adelantado (Don Juan de Torres de Vera y Aragón, Corrientes, 1967), en la que adjudica al adelantado el escudo de armas que tomó del Nobiliario de Carlos Calvo (Nobiliario del Antiguo Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, 1936, Tomo II, Pág. 365), que es una de las representaciones del escudo mas alejadas de la realidad que existe.

La determinación del verdadero escudo de armas que utilizaba el adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón fue una de las tareas que asumió en el año 1987 el Comité Ejecutivo del Cuarto Centenario de la fundación de Corrientes. Su determinación era de vital importancia, pues se esperaba estampar su diseño en uno de los lados de la medalla conmemorativa que mandaría a acuñar el gobierno municipal de la ciudad.

El asunto fue remitido a la Academia Nacional de la Historia para que se pronuncie al respecto. Por su parte la Academia comisionó esta tarea al Dr. Carlos Luque Colombres de la ciudad de Córdoba, uno de sus miembros de número y la persona que hasta ese momento era el erudito de la familia Vera y Aragón de la villa de Estepa en Andalucía. El Dr. Luque Colombres redactó un informe que fue presentado y aprobado por la Academia el 15 de noviembre de 1987, en él, se manifestaba que no se había hallado hasta el momento ningún documento en el que se encuentre estampado el escudo de armas del adelantado Torres de Vera y Aragón, por ello, se consultaron documentos mas contemporáneos y publicaciones donde se encontraba dibujado el escudo de la familia Vera. Entre los documentos contemporáneos utilizados, se encontraba una certificación del rey de armas de España del año 1893, que había sido otorgada por solicitud del general don José Ignacio Garmendia que aducía ser descendiente del adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón, cosa que no es cierta, donde estaba dibujado un escudo de armas que se le adjudicaba al adelantado.

Escudo de Armas erróneo del adelantado

Escudo de Armas erróneo sugerido por la ANH

Este escudo de armas fue finalmente adoptado por el Comité Ejecutivo del Cuarto Centenario y se estampó su diseño en la medalla conmemorativa que le fue encargada acuñar en dos tamaños a la Casa Piana de Buenos Aires, quien a su vez encargó su diseño al escultor Juan Roberti. Asimismo, se utilizó este escudo para el monumento que se inauguró el 28 de mayo de 1988 en la entrada del Parque Mitre con la asistencia del alcalde y vecinos de Estepa que vinieron especialmente para las celebraciones del Cuarto Centenario, cabe mencionar que el costo de la construcción de este monumento fue donado íntegramente por el Dr. Héctor Boó.

Monumento en la entrada del Parque Mitre

Monumento en la entrada del Parque Mitre

Medalla Conmemorativa del 4° Centenario

Medalla Conmemorativa del 4° Centenario

El escudo de armas adoptado, amén de no ser el correcto, presentaba algunas irregularidades en su diseño, pues en él sólo se representaban tres órdenes de veros en forma de campanas, siendo que el antiguo diseño del escudo de la familia Vera se representaba con seis órdenes de contraveros ondulados.

Personalmente debo manifestar que he buscado incansablemente testimonios o documentos en los que se halle estampado el escudo de armas del fundador de la Ciudad de Corrientes, pues ya no quedaban vestigios de su casa natal ubicada intramuros en la villa de Estepa y en la capilla familiar en la Iglesia Mayor de Estepa que antiguamente ostentaron esculpido en piedra su escudo familiar, todo lo cual consta por testimonios auténticos del año 1668. Desafortunadamente, tampoco se halla constancia de él en el rico archivo familiar que conservan hoy los descendientes de la familia. Es por ello que mi búsqueda resultó infructuosa, inclusive hasta la publicación de mi libro biográfico del adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón, en el que por prudencia, opté por no pronunciarme al respecto. Hasta hoy, solo tenía como testimonio el escudo de armas del adelantado don Juan Alonso de Vera y Zarate que el Dr. Luque Colombres descubrió en el Archivo de Tribunales de Córdoba, donde se representan en un cuartel la ascendencia por vía paterna con las armas de Vera y Aragón, que me inducía a pensar que debía ser éste el verdadero diseño del escudo del adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón. No obstante, en la prosecución de mis investigaciones, he logrado conseguir recientemente un fiel testimonio del escudo de la familia Vera y Aragón de Estepa gracias a la generosa colaboración de mi amigo Mauro Gambini Vera d'Aragona de la ciudad de Nápoles, descendiente de la familia Vera y Aragón de Estepa que estudió e investigó detalladamente la vida y trayectoria del licenciado Francisco de Vera y Aragón.

El testimonio de que hago referencia, lo constituye el escudo de armas estampado en relieve en varias cartas remitidas por licenciado Francisco de Vera y Aragón al rey de España, hermano del adelantado y en ese entonces embajador de España en Venecia, custodiados por el Archivo de Simancas de España. En los documentos citados, se puede advertir que el escudo estampado difiere del que fuera sugerido por la Academia Nacional de la Historia y más tarde adoptado por el Comité Ejecutivo del Cuarto Centenario de la fundación de Corrientes. Por ello, el escudo estampado en la medalla conmemorativa estaba incompleto y con algunos errores de representación, pues en él solo estaban representadas las armas de la familia Vera, siendo que en el escudo que utilizaba la familia en ese tiempo ostentaba las armas de Vera y las de Aragón. Es por ello, que de acuerdo con el diseño estampado en los documentos, en términos heráldicos el verdadero escudo del fundador de la Ciudad de Corrientes debe ser representado de la siguiente manera:

Partido, en el primer cuartel las armas de Vera, representadas por seis ordenes de contra veros ondulados de sable en campo de plata, rodeado por una bordura de gules con ocho aspas de oro, en el segundo cuartel las armas de Aragón, representadas por cuatro bastones de gules en campo de oro, lleva por timbre una corona real de oro y por divisa un águila pasmada de sable, en cuyo pico sostiene una cinta de plata con el lema VERITAS VINCIT de sable.

Escudo de Armas del Adelantado

Escudo de Armas del Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón

Afortunadamente, la perseverancia ha dado sus frutos, el hallazgo de viejos documentos traspapelados en antiguos expedientes me permite hoy rectificar algo que hasta ahora estaba equivocado y dar a conocer el verdadero escudo de armas del fundador al conmemorarse en este año 2009 los 421 años de la fundación de la Ciudad de Corrientes.

sábado, marzo 14, 2009

Acta de Fundación de Corrientes

El testimonio de la fundación de la Ciudad de Corrientes es uno de los documentos más notables que nos dejaron los conquistadores españoles, mediante él, se puede uno imaginar como se fueron sucediendo los acontecimientos en ese momento. Primero se dio curso a los trámites de rigor, por los cuales se le da el nombre a la ciudad, se establecieron sus límites, se nombraron las primeras autoridades del Cabildo y se les recibió juramento de ellos. Paso seguido, se señaló el sitio para la construcción de la Iglesia Mayor, con advocación a Nuestra Señora del Rosario, a la cual se constituyó por patrona de la ciudad. Luego llega el momento mas solemne de la ceremonia, se fija en mitad de la proyectada plaza principal el palo de justicia, donde se cuelga el rollo y desenvainando su espada el adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón le da dos golpes invocando el nombre del rey, quedando de esta manera a finalizada la ceremonia fundacional. Pasaron luego las autoridades en compañía del adelantado a recorrer el campo y determinaron lo que sería el ejido de la ciudad, para que en el se repartan los solares a los vecinos pobladores.

El Acta fundacional es un bello documento, patrimonio indiscutido de nuestra historia, que nos permite saber cómo y cuándo fue fundada nuestra ciudad.

Acta de Fundación de la Ciudad de Vera
1° página del Acta de Fundación

Para acceder al contenido completo del Acta de Fundación haga click aquí